Anika entre libros

pepita jiménez

Ficha realizada por: Lidia Casado
pepita jiménez

Título: pepita jiménez
Título Original: (pepita jiménez, 1874)
Autor: Juan Valera
Editorial: Austral


Copyright: © Introducción de Andrés Amorós
© Espasa Calpe, 1999
1ª Edición, Enero 1999 ISBN: 9788467036602
Etiquetas: autores book clásicos ebook e-book escritores españoles hispanos libro electrónico literatura española literatura hispana narrativa realismo mágico

Argumento:


Don Luis de Vargas regresa a su tierra natal antes de pronunciar sus votos religiosos. Allí, conocerá a Pepita Jiménez, viuda de un octogenario a la que el padre del protagonista pretende. Sin embargo, pronto el aspirante a cura y la joven viuda comenzarán a sentir una mutua atracción. Un amor que deberá superar la ofensa a Dios y a la familia.

Opinión:


Escrito en plena época costumbrista y en el momento en el que estaba en boga la novela de tesis (ésa que exponía las ideas del autor sobre un determinado asunto a través de los distintos personajes), curiosamente, Pepita Jiménez no es ni una cosa ni la otra. A pesar de que pudiera parecerlo.

Un argumento que desarrolla el enamoramiento del aspirante a cura y la joven viuda bien podría dar juego a la elaboración de una novela de tesis. Sin embargo, como señaló el propio Juan Valera en el prólogo que hizo para esta obra en 1888, con ella no pretendía instruir, ni sentar cátedra, ni reflexionar sobre los problemas de la iglesia en aquel momento, ni sobre la situación de la mujer, ni enjuiciar, ni criticar… No quería, en definitiva hacer una novela de tesis sino, simple y llanamente, una novela para disfrutar, para ser leída con placer y recordada con cariño.

Y eso es justo lo que consiguió. Y lo hizo de varias formas: a través de una historia muy bien contada en la que triunfa el amor por encima de todo (de los prejuicios, del qué dirán, de la vocación religiosa, incluso de la propia familia), de unas pinceladas del costumbrismo andaluz de la época (el casino, las faenas del campo, la vida en una pequeña localidad, la costumbre de recibir, el visiteo, las tertulias…), de un estilo sencillo, aparentemente lleno de ingenuidad y de inocencia pero que esconde un rico sustrato ideológico y literario; de un certero y bien recreado análisis psicológico de los personajes y del retrato realista, verosímil, de una forma de vivir, de sentir… de amar.

Y es que el amor, el proceso de enamoramiento, el cómo va surgiendo y creciendo hasta llegar a su momento álgido, al momento en el que estalla y ya no se puede ocultar, ni luchar contra él; el momento en el que hay que ponerse en su bando y batallar por él, por conseguirlo, por defenderlo, por construirlo, por conquistarlo; todo este proceso es el gran protagonista de esta novela, basada (según cuenta Andrés Amorós en la introducción, en hechos reales, en una historia familiar, ligeramente modificada para convertirla en literatura). En ella, el autor va dándonos pistas, narradas en primera persona, del nacimiento del amor en Don Luis y, a través de sus ojos, de las reacciones de Pepita. Somos testigos, interpretando esas pistas y señales, de cómo va cambiando don Luis, de qué aspectos aprecia de Pepita, de cómo lucha contra esa atracción que ni él mismo se atreve a admitir, de cómo se niega a abrir los ojos cuando su tío, el Deán, le advierte de ello, de cómo se escuda en una cierta arrogancia, cómo calcula más sus propias posibilidades, cuando se cree a salvo de ese amor, gracias a su fuerza de voluntad y a la ayuda de Dios. Cuando el amor le vence, el narrador cambia, se convierte en un narrador en tercera persona omnisciente (incluido el guiño a Cervantes gracias a ese narrador ni autor ni testigo, ese narrador que encuentra unos papeles que nos va revelando –e incluso criticando-, pero que no ha escrito él) que describe los acontecimientos ocurridos desde fuera, a través de la perspectiva que ofrecen distintos personajes implicados en la trama.

Este cambio de narrador marca la estructura de la obra, divida en dos partes principales a las que se añade un epílogo que, según el propio narrador, podría hasta sobrar. La primera parte, con el descriptivo título de “Cartas de mi sobrino”, incluye, claro está, las cartas del sobrino de quien, supuestamente, escribe la historia, el Deán. O sea, las cartas que Don Luis va enviando a su tío, en las que va dando cuenta de los pormenores de su estancia en su tierra natal. Formalmente, estas cartas permiten una gran libertad creativa y, al hablarnos en primera persona, nos permiten conocer los sentimientos del protagonista no sólo sobre Pepita, sino sobre la vida en el campo, la contraposición Madrid/provincias, sus preocupaciones, la esclavitud que siente en casa de su padre, el placer de recordar lugares, sendas, rincones; sus ideas religiosas… Todo ello hace que prime la psicología frente a la acción, que importe más la inspección psicológica que el autor lleva a cabo en la mente del personaje, que lo que realmente le ocurre a éste.

En la segunda parte, como hemos dicho, la perspectiva narrativa cambia. Los “Paralipómenos”, como el epílogo de la tercera parte, están narrados en tercera persona omnisciente, con ese juego literario al que ya hemos aludido. Así, la perspectiva se abre, se multiplica, dando cabida al punto de vista de más personajes relacionados con el argumento principal. Esta apertura, sin embargo, no significa que se pierda la indagación psicológica, aunque sí es cierto que en esta parte final la acción adquiere mayor importancia. No es para menos. Es el momento de la explosión del amor, de la lucha, de la rendición, de la venganza y de la consumación.

Si importante resulta la introspección psicológica no menos importante es el diálogo, que aparece en esta novela limitado en la primera parte (las cartas sólo permiten transcribir pequeños parlamentos, no reproducir diálogos enteros, como sí ocurre en la segunda parte) y que, en las demás, ayuda a completar la imagen que de los personajes nos habíamos formado, gracias a la caracterización realizada por Don Luis. Y fundamental resulta ser, para la comprensión de lo ocurrido y de los sentimientos de cada uno, y también para mostrar su personalidad y su forma de ver y entender el mundo, el larguísimo intercambio dialéctico que mantienen Don Luis y Pepita Jiménez una vez que el amor ha explotado, una vez confesados sus amores mutuos, una vez emprendida la lucha del uno por el otro.

El amor es, como decíamos, el gran protagonista de la novela. Pero, en muchas ocasiones, se nos presenta casi casi como un amor místico. Uno de los objetivos de Valera al escribir esta obra era homenajear a los místicos españoles, recrear y poner en valor la literatura mística española, abundante y magnífica, según revela el propio autor. Por eso, aprovecha la formación religiosa de Don Luis para poner en su boca citas, referencias, argumentos y reflexiones relacionadas con la corriente mística (además, claro está, de con toda la cultura clásica y bíblica, signo de la profunda formación del aspirante a cura). Éste es el marco que sirve al protagonista para hablar del amor sensual con los términos del amor místico, fundiendo uno y otro, como ya hicieran, por ejemplo, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León, y utilizando las mismas imágenes y metáforas que caracterizaron a este tipo de literatura (fusión de almas, rayos, alegría inefable, amor como misterio, relación amor/muerte…).

Todo ello hace de Pepita Jiménez la gran novela de Juan Valera. Una obra madura, redonda, que combina hábilmente los recursos lingüísticos y literarios y que, bajo su aparente sencillez, oculta una gran riqueza. 
 
Lidia Casado

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