el hombre de el cairo

Opinión:

"El hombre de El Cairo" es una novela de ritmo rápido, que se divide en cuatro partes primordiales, según se suceden los hechos en esta historia. El tercer tramo o parte en que ha dividido esta obra lleva por título el mismo que se le ha adjudicado a la obra principal.
 
Me ha gustado el diseño de la portada, quizá porque de un vistazo a esas fotos en blanco y negro uno ya percibe con qué se va a encontrar en su interior  –una corresponde a una imagen tomada desde una zona alta en las afueras de El Cairo, en donde sobresalen unos minaretes bajo una capa gris de nubes; la otra instantánea muestra unas manos femeninas que sujetan un arma corta-.
 
Me ha sorprendido positivamente la novela en general; por su movimiento incesante, de una parte, pues la trama se hila a través de los acontecimientos que se suceden en dos ciudades que nada tienen que ver, ni en su infraestructura, ni en su forma de vida. Por otro lado, se intercalan capítulos en donde nos remite a un pasado no muy lejano, en donde se resume la historia que aparentemente nos arrastra hacia el sorprendente final de los acontecimientos. Una historia de amor que transcurre en Egipto, complicada precisamente por ello, ya que en un país musulmán como ese las libertades no son ni parecidas a las que tenemos en Occidente, y antes de contraer matrimonio, los hijos deben contar con el beneplácito de sus padres.
 
Hablamos de un país en donde aún se practica la ablación en las mujeres, algo que particularmente considero una aberración por parte de las personas que siguen consintiendo en ello, que suelen ser las mujeres mayores de la familia, con el desconocimiento de sus familiares, que miran hacia otro lado cuando se les pregunta por tal práctica, ya que en realidad nada tiene que ver con su religión –ni con ninguna otra existente- ni con su cultura intrínseca, por mucho que algunos aún lo crean así.
 
Las ciudades elegidas - Ámsterdam y El Cairo – hacen patente esa oposición brutal entre dos mundos situados a tan solo cinco horas de vuelo.

La propia inspectora Molen tiene ocasión de comparar el ambiente de algunas zonas de Ámsterdam, que de no ser por el clima le recuerdan al Medio Oriente, con El Cairo auténtico. La oportunidad le surge cuando su jefe le pide que viaje a la ciudad carioca para ser testigo de la entrega del bebé cuya madre ha sido asesinada en Ámsterdam.
 
Las mezquitas no son ya exclusivas de países con mayoría musulmana, y es ésta por tanto otra reflexión que iremos palpando a lo largo de la lectura de El hombre de El Cairo.  ¿Hasta qué punto los occidentales hemos asumido que estos edificios formen parte de nuestro paisaje diario? Tras los atentados del 11-S, cualquier referencia a cultura musulmana se asocia a palabras como integrismo, Al-Qaeda, y un largo etcétera, incluidas las organizaciones fundamentalistas que sabemos campan en territorio occidental. ¿Qué saca la policía de positivo? Simple y contundente: el supuesto control de sus adeptos. Lo que a su vez, genera más radicalismo en los propios musulmanes.
 
Jacinto Rey toca con precaución el tema de la inmigración dentro de una nación de mentalidad abierta como puede ser la holandesa.
  
Al mismo tiempo, veremos cómo puede actuar un servicio secreto actuando en países donde los hilos parecen cambiar de mano según sean los intereses. Surge una duda lógica en la cabeza de nuestra inspectora al verse obligada a depender en ciertas ocasiones de información policial de otro país. ¿Cuál es realmente la implicación que pueda existir entre los servicios policiales de estos dos países? Sólo puedo decir que lo comprobará in situ.
 
Al no encontrar el nexo de unión entre los asesinatos de un hombre bosnio y una mujer egipcia asesinados en Ámsterdam, y un tercer cuerpo que corresponde a un docente egipcio que aparece asesinado en el aeropuerto holandés, la inspectora Molen se cuestiona en varias ocasiones la opción de abandonar parte de la investigación y dejarla en manos de unos compañeros de trabajo no demasiado competentes.
 
Jacinto Rey utiliza varios recursos que amenizan la lectura de la novela, al encontrar parecidos entre los personajes que surgen a lo largo de los 78 capítulos y actores de diferentes películas de renombre que rescata a través de la memoria de la inspectora Molen.  

Los viajes en bicicleta de la inspectora nos llevan a paseos de ritmo lento alrededor de los canales. Un modo de transporte que es bien conocido por su no-contaminación, acorde con la mentalidad de estas naciones dadas a pensar en verde y en protección a la naturaleza mucho más de lo que lo hacen otros países del sur –y no miro a nadie-.
 
Y lo más chispeante para cualquiera que lea estas páginas, es encontrarse con el anticipo de lo que veíamos venir. Unas revueltas que parecen vaticinadas para los más observadores desde mucho tiempo antes del pistoletazo de salida.

Lo que vemos desde nuestro sofá capitalista es ajeno a la realidad de ese país, en donde la pobreza de varias décadas de sus clases bajas ha explosionado finalmente. Millones de egipcios han sobrevivido en la miseria durante el mandato de varios dirigentes. Y ha sido la miseria y la falta de comida y puestos de empleo la que les hace viajar hacia occidente siempre que se lo pueden permitir, a la búsqueda de oportunidades.
 
Son pinceladas de los variados temas que nos sumergen en la gestación de El hombre de El Cairo.  Los más curiosos podrán recurrir a internet, por ejemplo para conocer varias acepciones de origen árabe, o más datos sobre la nomenclatura de los servicios secretos holandeses actual (AIVD, en sustitución del antiguo BVD), o qué es el RDX, base de muchos explosivos.
 
Recomendable.  Ahora me arriesgo sin dudarlo y a continuación anotaré el título anterior de esta saga, El Último cliente, que tampoco me quiero perder.   
 
Saray Schaetzler