dejemos el pesimismo para tiempos mejores

Opinión:

Cuando abrimos un libro y lo primero que nos topamos es con un prólogo realizado por Leopoldo María Panero como es el caso, sabemos que no nos encontramos con materia ligera entre las manos; y es que en “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores” ya cuesta sobrevivir a esa introducción. Panero se recrea en una disertación rocambolesca sobre, el hombre, la sociedad, el arte, el autor y la inevitable dependencia que forman entre todos ellos que termina por arrojar por tierra cualquier atisbo de creatividad. ¿Acertado? puede, ¿Comprensible? A duras penas. Pero así es Leopoldo, su forma de escribir (o desescribir), de deconstruir el mundo y la literatura, aún así, nos refleja con bastante claridad la personalidad que nos vamos a encontrar en cada una de estas historias.

Varios son los nexos que unen estos treinta, más que relatos, ensayos que nos ofrece Diego Medrano: las inmundicias que forman las más elevadas formas de las Artes en toda se extensión, la futilidad de la existencia más allá de lo que queda plasmado en un papel o lienzo, las miserias y anhelos del ser humano y, por encima de todo esto, El otro, ese otro que obsesionaba a Kafka y a Sartre. En un gran número de estas historias en la que nos queda de manifiesto que somos porque el otro quiere que seamos, llegando en ocasiones a vivir la vida de esa persona para abandonar el yo que nos impide ser libres, ya sea por convencionalismos, por miedo o por comodidad.

Medrano no ha escrito una obra para el gran público y se nota que no le importa; ha escrito lo que quería escribir y, como nos demuestra en más de una pieza, es problema nuestro si queremos seguir anclados en el entorno de la mediocridad, él ve la literatura como una manera de cambiar el mundo y las vidas, no un medio para describirlas. Así que es necesario señalar que la dificultad de esta antología es más que notable, empezando por un lenguaje plagado de metáforas, de figuras retóricas que tornan un gran párrafo en un verso, de un barroquismo excesivo en ocasiones y, ¿por qué no decirlo? De cierta pedantería en otras.

En “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores” conviven yonkis, putas que leen “La Regenta”, enanos que se sodomizan en clubes sociales, labios que sonríen detrás de culos, con lo más granado de la Literatura, la Pintura y la Filosofía Universal; un contraste de egos cuya finalidad última es provocar cualquier reacción al lector, si esta reacción es buena o mala escapa al entendimiento del escritor: el nos cuenta una fábula, nosotros la interpretamos como queremos.

Resumiendo, nos encontramos con uno de esos textos inclasificables que no deja a quien se atreve a leerlo indiferente; que navega entre la ficción y la realidad como si no existiera línea separadora entre ambas, hace gala de unos conocimientos soberbios sobre el mundo literario en general pero que, por desgracia, debido al engolamiento de la prosa del autor se convierte por momentos en un auténtico dolor de cabeza. Una obra que hace buena la máxima de “el arte por el arte” porque parece que, por mucho que el autor, Sartre, Kafka y Chejov se empeñen, es lo único que perdurará una vez que seamos polvo en el viento.

Patricia Rubiera