a 40 kilómetros del pacífico y 30 de charles chaplin

Opinión:

Jardiel  relata su viaje desde el principio, tomando frecuentes notas de los trayectos ferroviario y marítimo que comparte con miembros de la productora y durante los cuales tiene ocasión de advertir las enormes diferencias, sobre todo en cuestiones logísticas y organizativas, que separan a los ciudadanos españoles de los norteamericanos. La posterior llegada a Nueva York, donde, nada más tomar tierra a punto está de dar con sus huesos en el temido Departamento de Inmigración, supone la primera toma de contacto con la grandeza de una metrópolis que encanija cualquier capital europea en la que se haya podido vivir antes. El ritmo imparable preside las avenidas y la vida de los neoyorquinos, aspectos que Jardiel consigna con la ironía y agudeza que le son características, llevando a cabo una revisión del concepto “realidad” muy interesante, pues los tópicos acerca del nuevo país van apareciendo ante los ojos del extranjero con la frecuencia esperada, hasta el punto de que Nueva York aparece convertida en la suma de todas las ideas previas que se tienen de ella y resulta ser tan grande, tan ruidosa, tan organizada como puede soñar cualquiera que sólo la conoce de oídas. De camino a Hollywood Jardiel Poncela también recala, no sin pocos temores, en la mafiosa Chicago, y nos ofrece unas cuantas pinceladas de esa ciudad cuyo solo nombre, según él mismo dice, aún causa miedo.

En contraste con las secciones anteriores, la dedicada a la cuna del cine norteamericano, destino final del escritor español, resulta mucho más concentrada y aforística. Da la impresión de que Jardiel vive en un decorado permanente, actor de su propia vida en un mundo de cartón piedra donde cualquier cosa es posible. A modo de fogonazos, nos va dejando descripciones telegráficas de personajes y lugares que parecen existir sólo allí. La mentira y la verdad, lo soñado y lo vivido se mezclan con naturalidad en el imperio de la imaginación y no podrían haber encontrado un mejor cronista que Jardiel Poncela, dispuesto a convertir cada paseo por la ciudad en una aventura y a registrar con agudeza los diferentes tipos de comercio, usos sociales y espectáculos que tiene oportunidad de conocer durante su periodo de guionista cinematográfico.

El texto, de por sí lleno de vitalidad e ingenio, se ve enriquecido con numerosos aportes documentales muy curiosos: ejemplos de “cartas del perezoso”, un artículo de papelería que el remitente sólo tiene que firmar y enviar a su destinatario, pues ya se venden escritas, anuncios publicitarios, tickets de fotografías del propio autor en compañía de grandes estrellas del momento, como el Gordo y el Flaco, hojas de rodaje de Angelina o el honor de un brigadier, etc. En suma, se trata de un apartado nuclear, pues es el que propiamente aborda las experiencias de un recién llegado a un universo desconocido y fascinante, a medio camino entre la artificialidad y el sentido práctico que definen la industria del cine en Norteamérica, ya desde sus comienzos.

El libro se cierra con un monoepílogo delicioso, escrito para la célebre actriz Catalina Bárcena, una pieza literaria en la que una diva del celuloide afronta en primera persona su narración de lo que supone ser un artista español en Hollywood, sin obviar los sacrificios y renuncias que conlleva perseguir el sueño de triunfar en la gran pantalla. Un cierre inmejorable para este volumen cien por cien Jardiel Poncela que recomiendo vivamente a los admiradores del autor y a cualquier lector curioso que quiera conocer una visión distinta, lúdica y sin prejuicios, de los inicios del cinematógrafo.

Patricia Esteban Erlés