la señal y otros relatos

Opinión:

Todo el mundo, últimamente, me habla de Garshin, o al menos esa es la sensación que tengo. Hace pocos meses Nevsky Prospects editó una preciosa versión ilustrada de La flor roja, en la que la artista plástica Sara Morante convertía al propio autor en el héroe místico y atormentado que descubre que la salvación del mundo depende de tres pequeñas amapolas rojas. Hace apenas unos días, en la deliciosa novela Una noche con Claire, de Gazdánov, también publicada por los Nevsky, leí que uno de los personajes se declaraba admirador incondicional de Garshin, dejando constancia del lugar relevante que entre sus propios contemporáneos ocupó este escritor suicida de vocación, capaz de convertir cada pequeño jirón de su corta vida en una historia devastadora, llena de dolor y verdad. Por eso celebro que la editorial aragonesa Contraseña haya incluido entre las apuestas de su impecable catálogo este volumen de relatos, aparecidos en su día en diferentes revistas y periódicos, porque nos permite a los lectores españoles acceder a una literatura que disecciona la terrible situación en que vivía la inmensa mayoría del pueblo ruso, abocada al hambre, la enfermedad, la pobreza y la obediencia ciega a los poderes superiores.

Nieva mucho en los cuentos de Garshin, y la guerra es un pájaro negro que sobrevuela las vidas de los personajes humildes, condenados desde el mismo momento en que nacieron a la miseria y la resignación. El hombre y la mujer rusos son, en sus historias, criaturas predestinadas al sufrimiento, seres a punto de rendirse que imploran una tregua, enarbolando una bandera blanca como la silueta que Alberto Aragón ha dibujado para la cubierta del libro.

Diferentes tipos de la sociedad rusa de la época surcan las páginas de estos cuentos. Reaparecen los cocheros chejovianos y los militares vanos de Gogol, los pintores obsesionados con el alcance moral o la belleza de su obra, como en algunos relatos de Odoievsky. La locura parece rondar  siempre a los personajes de Garshin, ecos de sí mismo en diferentes momentos de su vida. Su experiencia en la guerra, su breve etapa como trabajador del ferrocarril, el trato con artistas como Repin, que intentaba hacer de la pintura un manifiesto de denuncia de las draconianas condiciones en que vivían muchos obreros rusos, aparecen reflejados en estos cuentos que recomiendo leer poco a poco, espaciando las historias unas de otras, analizando por separado cada uno de los frescos de la difícil vida en la Rusia del siglo XIX que nos brinda Garshin, magnífico inquisidor de los vicios de los poderosos y de los abusos cometidos en los indefensos.

Me gustaría destacar dos rasgos de estilo que me han llamado especialmente la atención en este autor. Por un lado, la desesperación que se convierte en el tono vital de buena parte de los relatos, una desesperación que es la del observador impotente, incapacitado para la rebelión o la defensa de los propios ideales. Vistos desde la distancia creo que estos cuentos respiran una cólera callada, una rabia que fue haciéndose cada vez más intensa dentro de la sociedad rusa y que habría de desembocar en los terribles acontecimientos que vivió el país en la segunda década del siglo XX. Hay, y este sería ya el segundo rasgo característico de Garshin que me ha parecido detectar, una equiparación entre el hombre de a pie y las bestias, una terrible lectura metafórica que pone al mismo nivel al pequeño y dulce perrito blanco que es arrojado todavía con vida al montón de basura y el inocente campesino obligado a alistarse en el ejército, o la joven abocada a la prostitución. La figura de un animal como sosias del ser humano reaparece con el toro de ojos desquiciados, obligado a asistir al sufrimientos de las otras reses que son desolladas en el matadero antes que él, o en el pez depredador que devora a los más pequeños en el interior del fastuoso acuario de un estafador, mientras este le explica a su antiguo compañero de estudios, mucho más ingenuo, que la vida es en realidad algo muy parecido a la lucha librada por esas criaturas irracionales y escurridizas, entre los falsos corales de la pecera.

En suma, sólo queda decir que la presente recopilación de cuentos de Garshin dan lugar a un libro excelente, prologado por el catedrático José Carlos Mainer con la hondura y lucidez habituales en este estudioso de la literatura. No me resisto a recomendar, de forma muy especial el impresionante relato titulado La noche, que cuenta las horas finales en la existencia de un hombre que ha decidido suicidarse con el arma robada en casa de un conocido. Creo de verdad que resulta muy difícil olvidar esa agonía reflexiva del personaje que recuerda la inocencia que le ha sido arrebatada con los años, mientras advierte con amargura el inexorable paso del tiempo en el reloj y trata de encontrar, con sus últimas fuerzas, una razón para aferrarse a la vida. 

Patricia Esteban Erlés