milagro de la rosa

Opinión:

No creo que este libro, rojo como la rosa a la que tantas veces menciona el narrador, sea fácil de leer. No lo es, porque la reconstrucción del mundo de una prisión en la que se embarca Genet es un intento ambicioso, arriesgado y muchas veces intrincado, que exige una escritura tortuosa y una lectura entregada, incondicional. La prosa de Genet a veces es piedra tallada con brusquedad, pero otras se convierte en una rosa brutalmente bella que te deja sin respiración. Creo que el autor perseguía invocar la juventud perdida, la épica de esos condenados a presidio, la mayoría muertos a temprana edad, a los que solo puede ya recordarse.

Genet evoca su condición principesca, los rituales significativos de los muchachos que descubren en la homosexualidad un código de conducta, un sistema de castas que ubica a cada uno de ellos en el lugar que le corresponde. Es asombrosa su capacidad  para combinar lo atroz, la lucha por la supervivencia a cualquier precio dentro de la cárcel, con la belleza y la heroicidad de ese mundo que se sabe perdido para siempre, que se añora en la distancia y se revive en un ahora continuado, torrencial.

La novela no da tregua, ni siquiera se divide en capítulos. Constituye un todo compacto, una danza de personajes que aman, viven y mueren con violencia, que se entregan a su religión de condenados con la misma resolución del guerrero en el ejercicio militar. Los hombres a los que Genet amó entre los muros de la antigua abadía que, andando el tiempo, habría de convertirse en prisión, son vistos como dorados héroes, ángeles adolescentes que roban o matan por pura sed de la belleza que encierra el crimen.

El escritor abismado en la treintena se siente viejo y vuelve la vista con esa ternura del adulto que sobrevive a sus contemporáneos, a veces incluso muy a su pesar. Genet, por lo tanto, no escribe una novela donde se narra una historia, sino una de esas pocas novelas donde se arranca del fondo de la ciénaga un mundo y se trae a la superficie para mostrárnoslo a quienes queramos descubrirlo. Y, desde luego, hay una hermosura en los malditos, en la simple descripción de sus uniformes y sus tatuajes, a la que no podemos sustraernos. Como tampoco podemos dejar de percibir el halo trágico en la figura fantasmal del preso Harcamone, condenado por el asesinato de una niña, a quien el joven Genet admira como si se tratara de un iluminado; o la inocencia de cachorro maltratado por la vida de Bulkaen, el muchacho más bello de la prisión, que muere fusilado mientras intenta huir en compañía de su gran amor; o la crueldad inquietantemente hipnótica de algunos de los bravos que someten y enamoran a los presos más jóvenes, que pasan a formar parte de sus posesiones, y a los que pueden vender por una simple ración de queso.

No, "Milagro de la rosa" no es un libro fácil. Ni falta que le hace.

Patricia Esteban Erlés