bestias

Opinión:

Se dice que lo único que nos diferencia de los animales es nuestra capacidad de raciocinio, ese aparentemente pequeño salto evolutivo que nos ha situado en la cúspide de la cadena alimenticia y de la vida; pero ¿qué ocurriría si por obra y gracia de la ciencia dejáramos de ser los únicos seres capaces de tal proeza? ¿Cómo afectaría eso al hombre y al universo en sí? La respuesta la encontramos en “Bestias”, un título dotado de la misma ambigüedad que los personajes que la componen.
 
A la vista del argumento sería sencillo caer en el error de comparar la historia de Crowley con “La isla del Dr. Moreau”. Nada más lejos de la realidad, mientras la novela de H. G. Wells trataba el tema de la vivisección y el Darwinismo, de las implicaciones morales y éticas que conllevaba jugar a ser Dios, “Bestias” ya tiene superados todos esos debates, es más, ni siquiera importan en la trama que nos ocupa. La historia de Crowley versa sobre la imperiosa necesidad de hallar un equilibrio entre los avances en el campo de la ciencia y la preservación de todas y cada una de las criaturas que pueblan la tierra, estamos ante una obra que podríamos calificar como ecologista racional ya que ciertos aspectos de la cadena alimentaria siguen siendo necesarios pero con matices, este ciclo obligatoriamente tiene que mutar al existir unos seres nuevos, su punto de vista ha de ser incluido para la correcta marcha del mundo.

Ante esto no es casualidad que uno de los personajes sea un etólogo con una doble función, no sólo observa el comportamiento de los animales e intenta comprender a los leos, también se convierte en espectador de la raza humana porque, después de todo y por mucho que estemos dotados de inteligencia, no dejamos de ser animales que actúan en sociedad de una manera muy similar a la de ellos en sus manadas, ecosistemas y hábitats. Con esto consigue que el lector también se transforme en observador de todas y cada una de las razas que buscan su lugar en el mundo ya que el autor de “Pequeño, Grande” no entra en juicios, se limita a mostrar los diferentes razonamientos y modos de actuar de todos los personajes dejando que sean ellos mismos los que se justifiquen. Hay que señalar aquí que la novela está escrita en 1976, por lo que todos los mecanismos de la ingeniería genética eran desconocidos, así que nos encontramos ante un caso de novela de anticipación ó de Ciencia-Ficción especulativa, algo realmente admirable si vemos lo que la ciencia ha hecho en un puñado de años.

A lo largo del desarrollo veremos la ambigüedad del título, nos plantearemos quiénes son realmente las “Bestias”, ¿la mutación que no ha pedido existir y que abandonada a su suerte lucha por sobrevivir? ¿El ser que se creía centro del universo y ve su supremacía amenazada? La respuesta no es sencilla pero nos golpea duramente que la valoración real e imparcial venga en la parte final de una de esas mutaciones que el hombre ha creado, un final emotivo, alejado de sentimentalismos que deja la puerta abierta a la esperanza aunque sabemos que el camino va a ser tan arduo como la evolución del hombre porque ahora es el mundo entero el que necesita evolucionar. Se desprende del diálogo final que la raza humana ha perdido su humanidad a base de pensar, sí, aquello que nos diferencia del resto de seres vivos parece ser que nos incapacita para entenderlos, una paradoja que dentro de la historia está llena de sentido.

Lo que más llama la atención de “Bestias” es la maestría con la que Crowley la maneja en todos los planos. La novela no parece tener ni principio ni fin imitando así el ciclo de la vida, y la originalidad a la hora de estructurar la trama como si fuera una pieza teatral nos acerca y aleja de los escenarios en el momento necesario. Pero por encima de todas estas cosas destaca por su habilidad a la hora de hacer literatura, escribir está al alcance de muchos, hacer literatura, de muy pocos, y John Crowley demuestra una vez que en esto es un genio. De un argumento que daría para un relato de extensión media, al autor consigue hacer una novela gracias a su dominio del lenguaje, a su capacidad y necesidad de transmitir sensaciones muchas veces sin extenderse en demasía, a sus artificios narrativos, todo un alarde sintáctico que transciende la escritura y le diferencian de un simple escritor.
 
Puede que sí, que la capacidad de realizar pensamientos lógicos nos diferencie de otras especies, pero eso no quiere decir que seamos mejores que ellos. Mientras sigamos temiendo lo diferente, pensando que nuestro planeta es un gran laboratorio, que somos más importantes que cualquier pequeña criatura que comparte nuestro ecosistema, seguiremos siendo “Bestias”; entonces lo mejor sería ser civilizado… como los animales.

Patricia Rubiera