sin heroismos, por favor

Opinión:

Tras un íntimo prólogo de la Gallagher, se nos presenta su primer relato publicado, “Tiempos revueltos”, compendio o fruto de querer quedarse con lo mejor de Faulkner y Hemingway, en él se nos narra un crimen dilatado en detalles de exasperante y monótono acento sureño, con personas tumbadas en la cama que no pueden dormir y dedican momentos plúmbeos a imaginarse y destruirse, a aparecer y desaparecer.

Más maduro aunque igual de abracadabrante y pesadillesco es “El pelo”, relato que en menos páginas narra como anécdota la introducción de un pelo entre dos dientes del protagonista, ¿locura de verse enfermo o realidad?.

“Los aficionados” es un relato, por otra parte, de matrimonios que no se soportan y tratan de planear cosas contra una rutina que creen que les mata, siendo la propia convivencia lo que les está haciendo daño.

“Poseidón y compañía” resulta más imperfecto y quizás sea más una postal con remembranzas mitológicas, un poema largo, trabajado y reescrito en su sentido, que algo a reseñar.

Por último, en “Manzanas rojas brillantes” se intuye un camino por el que un viejo enfermo y su hijo aficionado a novelas del oeste y aburridizo, tratan de encontrar un camino de mutua comprensión, sin conseguirlo; es pesimista y aunque trata de reempezar y reinventarse a lo largo de su discurso, más que amargura (que también) trata de mostrar los absurdos mecanismos de incomunicación en que, sin querer, quedamos absorbidos por nosotros mismos.

La novela inacabada “El cuaderno de Augustine” es un intento de similar longitud, planteado en forma de diario donde estos mecanismos de incomunicación se pervierten a causa de una ensoñación y es que la protagonista trata de buscarse a sí misma a través de un texto y sólo encuentra excusas para no hacerlo. 

La poesía aquí mostrada supone un ejemplo de lograda búsqueda de significados e interés por contar historias, historias como la del palo del tiovivo que guardan remembranzas y nuevos usos de lo lúdico o piezas que sin perderse en metafísicas y complejidades tratan de ver en imágenes de la naturaleza sensible, el origen del Universo. Todo este planteamiento lleva mucho a la relectura y hace que el autor se acuerde, como más tarde confiesa, de momentos en que los escribió.

Para Carver hay algo más que transmisión en su poesía, sino un vínculo necesariamente comunicativo y por ello más complejo con el mundo del lector, sea éste el que sea.

De ”Contextos” e ”Introducciones” deducimos, cómo para el autor la necesidad de reflexión y perfeccionamiento de la forma es algo más que una obsesión, dado que trata de escribir como vive. Incapacitado se ve para hablar de su obra, si no es desde la experiencia vital que le inspiró, por ejemplo, la convivencia con amigos en una casa de Tel-Aviv. Como actividades paralelas a la literatura, destaca Carver al parecer por su capacidad para elegir y seleccionar en antologías y colecciones de cuentos los más aptos (es decir los más precisos y concisos frente a los más experimentales); éstos demuestran y cuentan historias que no se pierden en lodazales retóricos o se pierden y se dejan morir en nubes negras. A este respecto, toda esta labor le hará alcanzar un profundo conocimiento sobre lo que es nuevo, inédito y se publica. Así, todo este periplo por editoriales y universidades, que ven en el cuento un germen fabuloso y vendible de nueva y buena creación, le hará conocer a coetáneos como Richard Ford y Tobías Wolf, a seguir reconociendo en Hemingway algo más que una leyenda negra en virtud de unos estudiantes rencorosos, a valorar a recientes clásicos como Malcolm Lowry y Graham Greene y valorar al más pionero de ellos, un personaje singular que con “La dama del perrito” relanzó su poder, Antón Chejov.

    Destacar por último su visión de la amistad a través de una foto en un congreso de poesía en que tres escritores se divierten sin necesitarse demasiado y las últimas palabras ante un estrado en que hace suyas las palabras del título del libro, no queriéndose complicar con una cita de Santa Teresa en que quizás acabe creyéndose adalid de palabras o valores como alma o ternura.