La última noche de Víctor Ros

Opinión:

Jerónimo Tristante vuelve a superarse en la cuarta entrega de las aventuras de Víctor Ros, el detective madrileño del siglo XIX con el que se introdujo de lleno en la novela negra en 2008. Pero a la habilidad habitual con la que se maneja el autor murciano en un continuo juego de puzles y rompecabezas, esta vez se une la dificultad extra de cambiar el tiempo en el que se narra la historia. En las tres primeras entregas de la saga, Víctor Ros narraba sus aventuras en pasado, sabiendo así el lector que, al menos, el detective había salido indemne de sus correrías.

En esta ocasión esa certeza no existe en ningún momento de la narración. Este recurso estilístico puede o ayudar a crear una mayor sensación de tensión o, en muchos casos, destruir una atmósfera que debería ser oprimiente y que sólo resulta ridícula. Afortunadamente, para el autor y, sobre todo, para nosotros, sus lectores, Tristante sale triunfante de la gesta, y "La última noche de Víctor Ros" se alza como su novela más angustiosa y atrayente hasta la fecha. Y una de la que más giros y retruécanos, trampas y engaños, tiene.

Algo imprescindible en toda saga que se precie es un cuidado desarrollo de los personajes, que deben ir creciendo frente a la escrutadora mirada del lector, que no dejará pasar el más mínimo fallo o incongruencia. Y en esto, una vez más, Jerónimo Tristante sale victorioso. Tanto los protagonistas ya conocidos, Víctor y Clara (incluso su hijo adoptivo, ya adolescente), como los secundarios que aparecen en esta entrega han sido construidos con cariño y cuidado, y se presentan ante nosotros como personas de carne y hueso a las que acabamos conociendo más por sus obras que por sus palabras.

En definitiva, Jerónimo Tristante ha regresado al mundo de Víctor Ros por la puerta grande, con una novela cargada de intriga que hará las delicias de los seguidores del género negro y los amantes del folletín del siglo XIX. "La última noche de Víctor Ros" es, sin duda, su mejor novela de la saga hasta la fecha, y deja el listón muy alto para lo que venga después. 

María Martín