Anika entre libros

Artur Balder (El guardián entre el centeno. J. D. Salinger)

libro

 

 

Comparte con nosotros su Libro-Recuerdo

Artur Balder

(Escritor)

El guardián entre el centeno J. D. Salinger
No recuerdo muy bien aquellos años y permanecerá en secreto cómo llegó a mis manos El guardián entre el centeno.

Pero sé lo que pensaba al leerlo. Y sé que aquellos años eran difíciles, aunque por alguna razón nunca fui del todo consciente de lo difíciles que eran hasta algún tiempo después. Quizá eso me ayudó a ponerme en marcha. O simplemente lo hice porque era lo que tenía que hacer. De cualquier modo no me resultaba nada sencillo hacer esfuerzos para ser buen estudiante. Debía tener grandes lagunas, por un lado. Por otro me he dado cuenta con el paso del tiempo de que los adultos, mucho más hipócritas de lo que entonces yo ya imaginaba, no medían con el mismo rasero a todos los alumnos. Había favoritos. Estos exámenes no se veían igual entonces y no se ven igual ahora. Puedo asegurar que los profesores nunca son imparciales. Desarrollan una profunda simpatía, por ejemplo, hacia quienes atienden y hacia quienes les muestran un respeto, que, real o fingido, les ayuda a pasar mejor su día a día.

Yo detestaba a los profesores. Categóricamente. Después de unas pocas excepciones cuando era muy pequeño, el caso de Federico, o cuando era un crío, con Pilar, jamás quise a profesor alguno. Si lograba aprender algo era porque me lo proponía con gran energía, y no porque alguien realmente se tomase la molestia de enseñarme. Aunque supongo que debía ser una gran molestia, porque no se lo ponía fácil.

Por ejemplo, las mayores sorpresas llegaron con profesores nuevos, que llegaban sin conocer a nadie y que evaluaban en estilo universitario. Una de ellos era una joven profesora de literatura muy brillante que vino y dio un susto terrible. Se cargó a todo el mundo y los de calificaciones altas quedaron con calificaciones medias. Yo aquel año venía de proponerme cambiar mi vida en verano después de muchos suspensos y obtuve en aquel primer parcial un triunfo devastador. No sólo conseguí una de las calificaciones más altas, sino que logré coger por sorpresa a toda la clase. Pero la profesora empezó a entrar en la dinámica de la clase y supongo que después le pareció sospechoso que un rebelde obtuviese buenas calificaciones, de modo que se moderó al puntuarme. Aun así llegó otro punto decisivo de manos de aquella joven pedante, literata y ambiciosa escritora con ganas de abandonar el instituto a toda pastilla. Pidió una redacción sobre la lluvia. Supongo que todas fueron bodrios. Destacó sólo dos. La de un empollón de casta y legendario, uno de los jóvenes más maquiavélicos que he conocido en toda mi vida. Su redacción era cursi y trataba sobre lo poético de la lluvia. La mía aún hoy me sorprende: era realista, exponía las causas y efectos y los problemas de infraestructura que motivaban las catástrofes de riadas en el levante; recuerdo que había utilizado esa palabra, infraestructura, con gran naturalidad. Todavía hoy me sorprende. Mi redacción parecía el comentario de un documental científico. Me alegré de no quedar ante el auditorio como un falso poetastro, sino como un hombre pragmático que gobernaba un vocabulario práctico y consecuente sobre catástrofes. Recuerdo que a partir de ese día mi lucha por el poder en las aulas fue implacable y que combatí con todas mis armas contra las lagunas que arrastraba. Era un adolescente en desigualdad de condiciones, pero mi voluntad se fortalecía como si a un dragón recién salido del huevo le crecieran alas y empezase a aprender a volar.

La actitud independiente, distante, poco pelota y nada condescendiente respecto al profesorado, trajo como consecuencia que me pusieron los objetivos mucho más difíciles que a los numerosos pelotas que rondaban las clases. Había una especie de ambiente de religión en torno a un tal JJJR Sus iniciales respondían a un joven que siempre, invariablemente, obtenía calificaciones altísimas. En casi todo. De vez en cuando había excepciones. Lo cierto es que empecé a experimentar el respeto de la gente, algo que me costó ganar muchísimo en todas las facetas y épocas de mi vida. Fue gracias a la asignatura de filosofía.

Durante todos aquellos años, mientras pensaba todas esas cosas, mientras las vivía de ese modo, por las noches, día tras día, abría El guardián entre el centeno, de Salinger, y leía y releía los puntos de vista de Holden, con quien compartía un amistad extraña… hasta que un día el extraño profesor de filosofía me regaló Así habló Zaratustra, la piedra angular del pensamiento de Nietzsche, un pensador que 'filosofaba con el martillo', y dejé de ser un adolescente confundido: había encontrado las respuestas a muchas de mis preguntas.
Firma: Artur Balder 
 
¿Te ha gustado? Compártelo:

Comentarios de los lectores:

Publicidad
Anika entre libros
Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura
Ministerio de cultura

Esta web utiliza cookies para obtener datos estadísticos de la navegación de sus usuarios. Si continúas navegando consideramos que aceptas su uso. Más información X Cerrar