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Blanco sobre blanco. Laura Manzanera

Ccuentos Autora:
Laura Manzanera (Barcelona, España. 1966)

Web Oficial:

Participa con: "Blanco sobre blanco"

 

Sobre Laura Manzanera:

Laura Manzanera nació en Barcelona en 1966. Estudió Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona y desde 1989 trabaja como periodista. Recientemente ha colaborado con las publicciones Arenal. Revista de historia de las mujeres y Cercles. Revista d'història cultural. En la actualidad (2007) es jefa de sección de la revista de historia Clío.

 

Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos):

¬ Al pie de la sepultura (2006)

* ver Laura Manzanera en Anika Entre Libros

 

Blanco sobre blanco

Una claridad cegadora se abrió ante los ojos cerrados de aquella mujer. Ni la de las nubes que no es preciso colorear en los paisajes, ni la del algodón antes de teñirse de rojo, ni siquiera la de la nieve bajo un sol perpendicular a la Tierra. No existía blancura como aquella, brillo más omnipresente. Pensó que había muerto, y sus ojos también. Que aquella ceguera alba le advertía que había dejado de existir, al menos en el mundo que hasta entonces había conocido. Sentía el aire y sentía el agua. La mitad derecha de su rostro notaba el dulzor de las gotas de lluvia, la izquierda la aspereza de la sal marina. Su cuerpo permanecía inerte a pocos metros del acantilado, meciéndose al compás que marcaban las olas. Su visión, nublada por una luz despiadada. Su mente parecía lo único vivo tras el vuelo.

Pero el vuelo no había sido como lo había estado imaginando noche tras noche. Más que volar, había caído. En sus ensoñaciones, surcaba el aire lentamente, el cielo la envolvía y la tierra mostraba bajo sus pies todo su esplendor. Podía captar la magia de la vida, sus retinas filmaban la grandeza del universo. Todo el tiempo del mundo era para ella, tenía ante sí la eternidad. Saboreaba la paz más absoluta, se sentía parte del cosmos. En sus fantasías, toda voluntad de movimiento quedaba anulada, y era el viento quien arqueaba su cuerpo, quien la conducía a la más embriagadora calma. Descendía como en un largo paréntesis, igual que una cometa o una pluma, como una hoja otoñal que abandona la rama que la ha visto nacer y se desliza en zigzag, sin prisas, arrullada por la brisa, hasta reunirse con sus compañeras que ya abrigan la tierra. Aquel viaje duraba y duraba; campos, carreteras y casas parecían no agrandarse. En sus sueños, nunca llegaba a aterrizar. Lejos de la placidez imaginada, la experiencia le resultó violenta y fugaz. Apenas sus pies se separaron de la roca, su cuerpo empezó a girar y girar, impetuoso, acelerándose a cada segundo. Prisionera de un torbellino, la fuerza de la gravedad la arrastró en una caída vertiginosa. Casi no pudo pudo ver nada. Mientras yacía sobre guijarros y arena, recordaba la angustia pasada. Seguía sintiendo el viento y el agua, y el mar de leche continuaba impregnando sus pupilas.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para abrir los ojos. Lo primero que vio fue la sábana blanca iluminada por las primeras aspas de sol. A través de la ventana se filtraba el gélido aire de la madrugada, pero su cuerpo estaba empapado en sudor y sus ojos anegados en lágrimas. Otra vez el mismo sueño, pensó.

Todo en la habitación tenía un solo color, uno que ni siquiera era tal, el blanco. Las cortinas, las sábanas, el armario, la mesita, el baúl, la lámpara. Incluso la chica del cuadro, antes luminosa, la miraba como un espectro. Hacía un año que se había aficionado a la pintura y en sus noches sin Jaime combatía las largas horas de insomnio mezclando pigmentos en la paleta, plasmando aquella imagen cada vez más fugaz y distante. Mientras manchaba el lienzo, se imaginaba reina de un país en que los colores eran sus habitantes, el país del arco iris. Rojos, amarillos, naranjas, colores intensos, formas abstractas, significados ocultos. A pesar de todo le seguía amando, incluso más después de plasmarlo en el óleo.

Continuaba sudando y se destapó. Permaneció unos segundos observando su cuerpo. De su piel oscurecida tras sus recientes vacaciones bajo el sol de siempre, sobre la arena de siempre, en la playa de siempre, había desaparecido todo rastro de melanina. Se acercó un mechón de cabellos al rostro. Su pelo era tan cano que parecía el de alguien que hubiese vivido mil años, el de quienes ya no necesitan regirse por el tiempo de los mortales.

Sentada en la cama, sintió el frío del parqué desteñido en sus pies. Los introdujo en las zapatillas. Las había comprado azules y verdes, pero se habían tornado de cuadros blancos y blancos. Se incorporó despacio y avanzó lentamente hasta la cómoda de roble, cuyas vetas aparecían desdibujadas en un fondo desvaído. Sobre él, la pantalla de la lámpara que recordaba amarilla se mostraba blanca por vez primera.

Accionó el interruptor y nada cambió. Ninguna luz, ni artificial ni natural, podría a partir de entonces mostrarle el mundo multicolor en que había nacido, vivido y fallecido. Ignoraba cómo, pero presentía que su existencia sería distinta para siempre.

Se metió en la ducha como cada mañana. Giró el grifo, el chorro manó con fuerza y las agujas húmedas se clavaron en su espalda. El tono del agua no se distinguía del de la bañera, ni del de la espuma, tan siquiera del de su nuevo cuerpo albino. Tampoco la toalla se oscureció lo más mínimo después de recoger las gotas que la rociaban de pies a cabeza.

Pensó entonces en sus ojos, en si su mirada sería lo único irisado en aquella blancura que lo invadía todo, en aquel universo monocromo, en aquel mundo singular en que la luz no se descomponía. Se aproximó al espejo entre temblor y temblor, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, calculando a tientas las distancias. Los abrió cuando creyó estar frente al espejo. También éste se había convertido en una superficie uniforme que le devolvía una imagen fantasmagórica, igual que la del cuadro, igual que la de Jaime en el cuadro. Despierta o en sueños, ya sólo podría ver la tinta de la eternidad, por los siglos de los siglos. El resto de tonalidades permanecerían sólo en su memoria y en su mente, si conseguía que fuese lo único de ella que no quedase en blanco. Y lo creyó lógico, pues por muchas veces que blanco y blanco se mezclasen, aun infinitas, el resultado sería siempre el mismo. Blanco sobre blanco igual a blanco.

En aquel instante hubiese asegurado conocer el color de la muerte, el opuesto del que en vida le habían hecho pensar. Y lo hubiese hecho de no ser por la brizna de color reflejada en sus ojos. Dos círculos negros sobre la figura blanca lo significaban todo. Esperanza, fuerza, principio. ¡Claro!, el blanco es vida, susurró. La suma de todos los colores, la existencia y su fugacidad. Ganas de buscar y encontrar, de escoger y apropiar, de asentir y sonreír. Ganas de amar, de vivir. Comprendió entonces que no había muerto, que la luz aún palpitaba en ella. El espejo no era el cuadro. Ambas imágenes se habían distanciado, aunque no en ese momento sino mucho antes y lentamente, como se consume una vela: visible pero en silencio.

Se supo ave fénix. Ni estaba ciega ni caía al vacío. Seguía adelante. Esta vez, sola también en el pensamiento.


© Laura Manzanera


COMENTARIOS SOBRE EL RELATO

Pilar López Bernués (pilarlb)

Lo encuentro muy original. Me ha recordado el vacío en el que supuestamente se encuentran los que mueren sin saberlo, la confusión cuando estamos en medio de un sueño y no podemos despertar o cuando, despiertos y conscientes, el temor, la mente o la depresión inmovilizan el cuerpo. Creo que tiene un toque de terror hacia lo desconocido y aquí no es todo negro, como habitualmente pensamos, sino justamente lo contrario.



Travis

Opino lo mismo, es un concepto sugerente el de identificar el vacío con el color blanco cuando generalmente sucede al revés. Al relato le va mejor el tono onírico con el que se desarrollan los dos primeros párrafos. Luego, cuando la acción digamos "se materializa" pierde algo de fuerza. Me quedo con ese principio.



Pilar López Bernués (pilarlb)

Estoy de acuerdo con Travis. El principio es mucho más sugerente que el final. Así y todo, me ha parecido un relato original y con un giro insospechado, lo que le da, según mi modesta opinión, un toque especial... Cuando pensamos en terror pensamos en "negro". Sin embargo, esa idea de que dentro de todo el "caos" blanco la protagonista logra ver en el espejo sus ojos negros es una "salida".

Aunque no es el lugar (quizá) apropiado, deseo manifestar que Anika es una persona especial, que hace un trabajo especial y que el nuevo COMENTA-CUENTOS pone de manifiesto, una vez más, que siempre tiene ideas nuevas que aportar, que trabaja incansablemente y que está haciendo "todo y más" por mantener una web, por promocionar la lectura y a los nuevos autores... ¿Qué haríamos sin tí, "super-woman"?



Joseph B. Macgregor

Un cuento de enorme belleza, muy visual, que trasmite mucha plasticidad, con enorme capacidad para describir tanto las cosas que son externas al personaje como las que bullen en su interior.

Es un texto lleno de luz, como un mensaje en la botella, pero intercambiando ésta por un tubo de neón... resplandeciente de luz blanca. El blanco está presente a lo largo de la narración, que, en contra de la opinión del resto, creo que mantiene el pulso hasta el final, enlazando perfectamente y de manera muy adecuada el viaje inicial con el descenso al "paraíso final de las últimas imágenes (o al menos de las más queridas)".

No creo que le haya servido de inspiración a la autora, pero la lectura de este cuento me ha evocado irremediablemente las últimas escenas de 2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO, el viaje del astronauta y su descenso a esa habitación que irradia luz blanca, con esas paredes blancas, los azulejos que irradian también esa luz, los espejos: ese último viaje que no es más que UN NUEVO RENACER.

El modo tan elegante como construye los párrafos también me ha motivado mucho.



Miguel Angel León Asuero (maleon)

Me he sentido dentro del relato, como si fuera un espectador implicado en lo que se nos cuenta. Coincido con el resto de comentaristas-foreros en que es una historisa muy bellamente narrada, y que el principio es mucho mejor que el resto... Me ha gustado por lo diáfano y transparente del estilo.

Enhorabuena...



Laura Manzanera

Hola a tod@s:

Antes de nada, quería agradecer a Anika la oportunidad que nos da a todos los amantes/aficionados a la literatura, así como felicitarla por el gran trabajo que está haciendo.

Es un honor para mí que haya publicado mi cuento y que algunos de vosotros os hayáis tomado la molestia de comentarlo. Me alegro de que, en general, os haya gustado (eso, quieras o no, anima a continuar escribiendo).

No puedo despedirme sin reconocer que me ha encantado la "comparación" de Joseph B. Macgregor con "2001: una odisea del espacio", una de mis películas preferidas. Si he de ser sincera, no pensé para nada en ella cuando escribí el relato, pero ¿quién sabe?, igual mi insconsciente sí se inspiró en ella.

Gracias de nuevo a todos. Espero tener pronto otro relato que daros a conocer. Y, sobre todo, seguid escribiendo.

Laura Manzanera.



Carobece

Me fascinó la forma en que está escrito el cuento. Muy suave, profundo, bello, con las palabras precisas...

El tema es interesante y en algunos momentos de la lectura me conecté tanto con el personaje que llegué a desesperarme.

Tengo una duda ¿cuál es el propósito de este relato? O, mejor dicho ¿qué se puede sacar de él?

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Comentarios de los lectores:

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