Anika entre libros

la fugitiva

Ficha realizada por: Lidia Casado
la fugitiva

Título: la fugitiva
Título Original: (à la recherche du temps perdu 6. la fugitive, 1927)
Autor: Marcel Proust
Editorial: Alianza


Copyright: © Alianza Editorial, S.A., 2011
© Traducción de Fundación Consuelo Berges, 2011
1ª Edición Bolsillo, 1968
3ª Edición, 2011 ISBN: No definido
Etiquetas: autores ciclo clásicos escritores franceses literatura francesa narrativa nobleza princesas príncipes reinas reyes sagas series trilogías

Argumento:


Tras la huida de Albertina, el protagonista se sume en una desesperación que se incrementará aún más cuando descubra la muerte de la joven. Durante meses, diseccionará la relación que mantuvo con Albertina, devolviendo a su memoria los momentos felices e investigando las causas de su fracaso, así como el rastro de las relaciones homosexuales que mantuvo la joven con diferentes mujeres. Poco a poco, el dolor se irá mitigando, la memoria irá dejando paso a otros recuerdos, la vida ganará la partida al encierro reflexivo. Y cuando esto ocurra, descubrirá que su universo social guarda grandes sorpresas para él.

Opinión:


Casi sin aliento nos dejó el final de La prisionera, con esa huida precipitada de Albertina, después de seis meses de cautiverio en la casa parisina del protagonista. Tras su marcha, llega el momento del análisis, de la reflexión, de la investigación en los propios recuerdos para dar con la razón de tal fuga y con los resortes que puedan mover a la joven a regresar a su lado. Así, este sexta entrega de En busca del tiempo perdido se nos presenta con una (aún) mayor carga de introspección, de reflejo del pensamiento, de sacrificio de la acción en beneficio del pensamiento. De hecho, la mitad del libro (el más corto de la saga) está construida exclusivamente con la corriente de pensamiento de Marcel. No hay diálogo, no hay descripción de situaciones nuevas, no hay fiestas, ni reuniones sociales, ni representaciones teatrales, artísticas o musicales… casi ni hay otros personajes que no sean Marcel y Albertina. Sólo se escucha la voz del protagonista, analizando cada minuto que pasó con ella, rememorando el momento en que la vio por primera vez, las emociones que sintió, cómo fue ganándose un lugar en su corazón, los primeros besos, los encuentros sexuales, las reacciones físicas y emocionales de ella ante el amor… Sólo hay descripción y análisis de recuerdos y sentimientos, como si el protagonista fuera un forense que, escalpelo en mano, diseccionara el cadáver de su amor en busca de las causas de la muerte.

Así, combina el naufragio en la memoria de ese amor con la investigación que intenta esclarecer si Albertina mantenía relaciones sexuales con mujeres o no (es decir, si era culpable o inocente, según los términos que utiliza el propio narrador). La homosexualidad vuelve a cobrar, pues, importancia en esta saga, puesto que (aunque dude de la veracidad de lo que le cuentan y de las intenciones de quienes se lo cuentan) confirmará a través de varias vías esos escarceos amorosos por parte de la que fuera también su amante. La obsesión por estas mujeres que despertaron el deseo de Albertina hace que, en un intento desesperado por mantener a la joven en su corazón, en su memoria y hasta en su piel, las busque, con la intención de mantener relaciones sexuales con ellas, de amar lo que Albertina amó.

A pesar de ir descubriendo la verdad (una verdad que, por otro lado, ya sospechaba, intuía e, incluso, conocía, aunque se negara a creerla), Marcel fluctuará entre la confianza y la sospecha celosa. Estas fluctuaciones se incrementarán aún más cuando reciba la notificación de la muerte accidental de Albertina, fallecimiento que ampliará sus contradicciones internas, añadiendo, ahora, el contraste entre la joven muerta para los demás y tan viva para él.

Y es que Albertina, fugada de su hogar, sigue ocupando, sin embargo, su corazón. Ahora será cuando analice cómo debió de ser sentirse la joven encerrada en casa de Marcel y cuando magnifique los momentos felices, en detrimento de las ocasiones en las que se enfadaban, discutían, sospechaba, recelaba y la mantenía prisionera.

Además de reflexionar sobre la injusticia de la muerte, sobre cómo corta los lazos con la vida a personas jóvenes que aún tendrían tanto que ver, disfrutar y amar mientras que mantiene en nuestro mundo a ancianos que sufren y que podrían descansar gracias a ella, el protagonista también indaga, nuevamente, en los mecanismos que utiliza la mentira para triunfar, en lo que falla en ella y en cómo, paradójicamente, la falsedad que contamos un día acaba, con el tiempo, convirtiéndose en verdad.

Paradójico también resulta al protagonista la elaboración posterior que el ser humano realiza de sus propios recuerdos. Cómo los encontramos, en muchas ocasiones, en nuestra propia memoria enmarañados, revueltos, mezclados unos con otros… transformados y reconstruidos. Y cómo, entre los hilos que los desmadejan, se funden también los sueños, inventados o recreados.

Mientras dure la memoria, el protagonista vivirá sus sueños con Albertina como una prolongación de la realidad en el momento anterior a su fuga y muerte, experimentándolos como una oportunidad de reavivar un amor que se le va escapando entre los dedos.

El exhaustivo análisis que realiza de su relación con Albertina le lleva también a comparar ésta con el amor que sintió por Gilberta, la hija de Swann, enamoramiento contado en A la sombra de las muchachas en flor, segunda entrega de la heptalogía. Así, establece analogías y diferencias con los sentimientos que despertaron en él ambas muchachas y con la forma de querer y olvidar en cada uno de los casos. Su afán analítico le conducirá también a poner en relación su historia de amor con Albertina y la que vivieron, en el primer tomo de la saga, Por el camino de Swann, los padres de Gilberta, Charles Swann y Odette de Crécy.

Pero la muerte y el desamor tienen un final común: el olvido. Por eso, además de reflexionar sobre la memoria, Marcel también lo hará sobre el olvido, como gran elemento que se opone a ella pero, también, como herramienta que permite al hombre sobrevivir antes desgracias como la que acaba de sufrir.

Así, irá desmigajando, narrativamente, sus recuerdos con Albertina al mismo tiempo que desgrana los pasos que va dando hacia el olvido. Un olvido que llega inexorable, de puntillas, casi invisible, pero con el que uno se topa de frente un domingo por la tarde cualquiera.

Recuperado, o en vías de recuperación, de su desafortunada historia con Albertina, el protagonista viajará (por fin, después de tanto desearlo) a Venecia, junto a su madre, donde disfrutará del arte y de las italianas. A su regreso, su vida social volverá a cobrar protagonismo gracias al reencuentro con Gilberta (ahora, convertida en una mademoiselle Forcheville –tras la muerte de su padre, su madre se casa con un viejo amante, quien la adoptará ofreciéndole su apellido- que reniega de ser una Swann), reinsertada en la sociedad tras el fallecimiento de Charles. Tan reinsertada que acabará la obra convertida en duquesa de Guermantes, tras su boda con Roberto de Saint-Loup, gran amigo de Marcel. A pesar de su amistad, que se remonta a años atrás (en nuestra saga, al segundo volumen), el protagonista descubrirá, ahora, que su amigo también mantiene relaciones homosexuales con otros hombres, a pesar de aparentar, precisamente, lo contrario: que es un mujeriego que no puede dejar de picar de muchacha en flor en muchacha flor mientras deja embarazada una y otra vez a una desesperada Gilberta.

Ésta no será la única boda sorprendente (ni relacionada con la ocultación de la homosexualidad) que se celebre en las postrimerías del libro, enlaces que permiten al autor reflexionar sobre el rechazo social de gays y lesbianas en la cerrada sociedad de principios del siglo XX y sobre la progresiva eliminación de las barreras sociales entre la añeja aristocracia y la cada vez más boyante nueva burguesía.

Contenido al margen, esta sexta entrega cuenta con varias peculiaridades editoriales que es necesario comentar. En primer lugar, que la traductora toma como referente la edición de La Pléiade, que cambia el título de la obra respecto a como se había publicado hasta el momento. Este sexto tomo había sido conocido hasta entonces como “Albertine disparue”, Albertina desparecida (y así figura en otras muchas ediciones de En busca del tiempo perdido), título sustituido aquí por “La Fugitive”, La Fugitiva, otro de los nombres que, según explica la traductora en nota inicial, Proust barajó a la hora de bautizar esta nueva entrega.

En segundo lugar, y como ya ocurriera con la entrega anterior (La prisionera) este sexto tomo se publicó una vez fallecido Proust. Por eso, son muchas las notas al pie que incluye esta edición en la que se añaden fragmentos manuscritos sueltos, insertos que rompen el hilo argumental, párrafos eliminados o, al menos, puestos en duda por el autor o aclaraciones sobre frases inacabadas, carentes de sentido o no revisadas. Consuelo Berges también advierte, finalmente, de la falta de consenso sobre el punto exacto de separación entre esta entrega y la final.

Aun así, este penúltimo tomo mantiene intacto el estilo propio de Proust y ahonda, como hemos dicho, en esa introspección psicológica, en esa vida interior que, realmente, protagoniza la heptalogía. El propio Marcel lo justifica en el interior de esta obra, apoyándose en la cita de un filósofo que opina que, en realidad, el mundo exterior no existe sino que es en nosotros mismos, en nuestro interior, en nuestros pensamientos y sentimientos, donde transcurre nuestra vida. 
  
Lidia Casado

Frases de esta opinión pueden utilizarse libremente en otros medios para promoción del libro, siempre que no se varíe y se mencionen al autor de la misma y al medio anikaentrelibros.com

¿Te ha gustado? Compártelo:

Comentario de los lectores:

Publicidad
Anika entre libros
Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura
Ministerio de cultura

Esta web utiliza cookies para obtener datos estadísticos de la navegación de sus usuarios. Si continúas navegando consideramos que aceptas su uso. Más información X Cerrar