Anika entre libros

Entrevista a Ricardo Menéndez Salmón por "La ofensa"

"Estamos tan acostumbrados al horror, aunque sea casi siempre un horror televisado, diferido, experimentado al modo de los esclavos de la caverna platónica, que vivimos adormecidos"

Firma: Manel Haro / Fotos: autor / Mayo 2007

 

Ricardo Menéndez Salmón nació en Gijón en 1971 y es licenciado en filosofía. Ha escrito varios libros de relatos, por los que ha recibido varios premios: obtuvo el de Narrativa de la Asociación de Escritores Asturianos y el reconocidísimo premio Juan Rulfo.

También ha escrito poesía, teatro y novela. En esta ocasión ha publicado en Seix Barral "La ofensa", una novela donde se reflexiona hasta qué punto el ser humano puede soportar situaciones de horror como fue la Segunda Guerra Mundial y en qué medida el cuerpo humano puede dejar de responder ante la crudeza de las situaciones exteriores.

Escritores como Enrique Vila-MatasRosa Montero han elogiado esta novela corta pero intensa. Anika Entre Libros ha hablado con él sobre esta novela, "La ofensa". 

 

 

ENTREVISTA

 

Ricardo, para empezar, ¿cómo se gesta esta novela que tanto éxito está teniendo?

La ofensa surge de una intuición poética muy simple, la de un hombre enfrentado a una manifestación extrema del horror. La primera imagen que me asaltó fue la del episodio central, la quema de la iglesia; en realidad, La ofensa no es más que el intento por dotar de un antes y un después a ese suceso, por revestir de unas circunstancias particulares ese hecho capital para así reflexionar sobre sus consecuencias éticas, a nivel individual, y morales, a nivel colectivo.

 

La ofensa entra en materia ya en las primeras páginas y a lo largo de ella eludes cargarla con demasiados datos históricos yendo directamente al grano. ¿Tenías intención de que así fuera o te surge de forma automática, teniendo en cuenta que te has dedicado mucho tiempo al relato corto?

La apuesta por la concisión fue consciente. Desde el principio tuve claro que no quería escribir otra narración de guerra al uso, donde una multitud de personajes o el detalle en la peripecia fueran lo más importante. Mi objetivo era una dramatización plena, que la novela trabajara no por acumulación, de forma centrífuga, sino por condensación, de forma centrípeta. Desde esa óptica es posible que mi vocación de escritor de relatos haya desempeñado en la redacción de La ofensa un papel, si no esencial, al menos importante.

 

Tengo la sensación de que la Segunda Guerra Mundial no es más que una excusa para poder reflexionar sobre ciertos aspectos del ser humano. Podría haber sido cualquier otra guerra y el contenido podría ser el mismo.

Sin duda. Si uno bucea en la Historia, encuentra que, bajo la infinidad de guerras vividas, alientan unos pocos intereses una y mil veces repetidos: el ansia de territorio, la implantación de una ideología, el provecho económico. Kurt podría ser un marine en Bagdad, un soldado de Thiers durante la Comuna o un extremeño en los tercios de Flandes. Lo que sucede es que la Segunda Guerra Mundial me ricardomenendez1interesaba por dos razones fundamentales: porque de ella surgió el dibujo de la Europa que a mí me ha tocado vivir, al menos hasta la caída del Muro, y porque en su interior lleva esa especie de agujero negro de nuestra cordura como especie: el Holocausto.

 

Supongo que la pérdida de sensibilidad del protagonista es una metáfora de lo que sentimos todos cuando vemos la televisión y ya no sentimos ningún tipo de dolor ante las guerras que hay. Parece que nos hemos inmunizado contra las imágenes que nos llegan.

Estoy convencido de que nuestra capacidad para sentir se viene resintiendo hace tiempo por hartazgo. Somos como una pila saturada. O, si quieres, como una civilización decadente, a la que ya nada admira ni sorprende, salvo las estupideces, las frivolidades y las extravagancias. Estamos tan acostumbrados al horror, aunque sea casi siempre un horror televisado, diferido, experimentado al modo de los esclavos de la caverna platónica, que vivimos adormecidos. En ese sentido, es obvio que Kurt puede ser admirado como un símbolo, como una metáfora de la actitud que buena parte del mundo mantuvo durante mucho tiempo frente a un fenómeno como el nazismo.

 

El otro gran tema de la novela es el cuerpo. Hasta qué punto el cuerpo se puede desvincular de la mente humana. ¿Has reflexionado mucho sobre ello antes de escribir la novela?

Por mi formación filosófica siempre me ha apasionado el problema del cuerpo. Dónde están sus límites, si eso que llamamos mente tiene una base material o es algo más, las grandes preguntas acerca del dualismo alma/cuerpo. Ligado a esos debates aparece, obviamente, el tema de la sensibilidad. ¿Es la sensibilidad algo exclusivamente natural o los procesos culturales, nuestra educación, por ejemplo, influyen sobre ella?

 

Ahí hay mucho de Platón, ¿no?

Hay Platón, por descontado, porque allí donde surge un debate filosófico serio es imposible escapar a Platón, pero también hay mucha filosofía racionalista, con la oposición entre una postura idealista, que vendría representada por Descartes, y una postura materialista, que es la que a mí me compromete, representada por Spinoza, a quien considero el gran filósofo del cuerpo.

 

Hay un momento en que se dice en el libro "al fin y al cabo, aunque parezca poca cosa, un nombre es lo que somos". Muchas veces, cuando no somos un nombre, somos un número. ¿Forma parte eso de esa falta de sensibilidad del ser humano hacia el ser humano?

La conversión del individuo en dígito, como en Auschwitz o en las listas de la Seguridad Social, es, en efecto, sumamente perversa. Hay un olvido del rostro, de la biografía, de lo singular en quienes nos rodean, que provoca pánico. Los muertos del Primer Mundo aún tienen rostro, pero qué pasa con los muertos en laofensalas hambrunas y en los desastres naturales, qué pasa con los muertos que en Irak son sólo una cifra en la web de Human Rights Watch o del Pentágono. Si lo piensas fríamente, vengar la ofensa de los 3.000 muertos de las Torres Gemelas ha implicado convertir en mera estadística a cientos de miles de personas en todo el mundo. Por desgracia, los muertos no son cantidades homogéneas.

 

En la novela, Kurt, un sastre que vive humildemente de su trabajo, de repente se ve invadiendo Francia, donde, viendo la fiereza de los alemanes, pierde la sensibilidad. Supongo que has querido reflejar también la importancia del azar en la vida de Kurt (que por extensión podría ser cualquier otra persona).

Las tres partes de La ofensa pueden ser leídas como acercamientos a grandes ideas, la muerte, el amor o la fatalidad, ideas hegemónicas que nos comprometen como individuos desde hace miles de años. Y es cierto que el azar, sobre todo en la primera y en la última parte del libro, desempeña un papel primordial. Kurt se ve empujado a vivir una vida ajena, con la que nunca había soñado. Estoy convencido de que nuestra existencia depende, con mucha mayor intensidad de lo que creemos, de la casualidad.

 

Una curiosidad, tú que eres licenciado en Filosofía, ¿hay algún filósofo que te guste especialmente de los que se han ocupado de dar explicaciones a la situación del ser humano en situaciones de guerra?

Yo soy un pesimista antropológico. Creo que el Homo sapiens, como especie, no tiene remedio, aunque existen hombres y mujeres maravillosos. Desde esa perspectiva, me interesan todos aquellos filósofos que han estudiado la guerra como algo irremediable, casi orgánico, como parte consustancial a nuestra naturaleza: desde Heráclito hasta Hegel, pasando, por supuesto, por Maquiavelo o Hobbes.

 

Ricardo, para acabar, algunos escritores como Rosa Montero, Enrique Vila-Matas… han elogiado tu novela. ¿Qué se siente ante estos comentarios?

Se siente gratitud, por descontado, porque, al menos en el caso de Vila-Matas, no tengo el placer de conocerlo, lo que me lleva a pensar que su elogio es sincero y desinteresado. Y también se experimenta cierto vértigo, porque uno, de pronto, se halla en boca de personas que, hasta hace muy poco, veía muy lejanas.

 

Pues felicidades por el éxito de la novela y muchas gracias por tu tiempo.

Muchas gracias a ti, Manel, y a todos los que lleváis adelante este proyecto.

 

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