Anika entre libros

Roald Dahl

Ignacio Carcelén, febrero 2011

Cuentan que una niña que escuchaba el cuento "El gran gigante bonachón", absorta en la lectura de su madre, cuando llegaron a la parte en que el gigante se presenta ante la Reina de Inglaterra, y conociendo los problemas que tenía el gigante para mantener el aire, viendo que allí mismo iba a ocurrir, aquella niña abrió cada vez más boca de asombro y olvidó que viaja en un tren.

Roald Dahl nos enseñó que las novelas tienen que estar llenas de ingenio y humor. Nadie se ha atrevido a más. Reinventó el cuento moderno.

A veces se presentaba por sorpresa en un colegio para leer a los niños sus cuentos. El director y los profesores estaban encantados. Era un privilegio que Roald Dahl eligiera tu colegio. Nadie le negaba el capricho.

Cuando paseaba por los parques una nube de niños le seguía corriendo, como si se tratara del hombre de los caramelos.

Sus comparecencias públicas en los medios de comunicación siempre eran ocurrentes y lograban enrojecer a los presentadores. Con Roald Dalh había que mantenerse alerta. Nunca sabías dónde acababa lo real y empezaba lo inventado.

Escribió su obra en una caseta en la parte de atrás de su casa, y a cuyos hijos dijo que el camino estaba lleno de peligros para asegurarse que no le molestaran.

A su muerte, su familia le preparó un funeral vikingo. Fue enterrado con lo que más adoraba: sus tacos de billar y un par de botellas de whisky. 

 

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