Anika entre libros

Por qué o para qué releer libros

Joseph B Macgregor, mayo 2007


Los devoradores compulsivos de libros nos caracterizamos por ser bastante despistados, olvidadizos, inquietos… por lo que el ejercicio de la relectura nos resulta siempre una entretenida tarea, bastante aconsejable y beneficiosa además para el buen mantenimiento de nuestro (des)equilibrio mental y emocional.

En primer lugar, a mí al menos, me ayuda a saber cuánto hemos cambiado los libros y yo. Un ejemplo claro de esto que digo lo he experimentado esta misma semana durante la revisión de "Muerte en Venecia" de Thomas Mann.

La primera vez que leí esta novela, durante mi adolescencia, recuerdo que no me provocó excesivo apasionamiento. Por aquel entonces, para que una historia me interesase debía tener sobre todo una buena trama, entretenida, en la que pasaran muchas cosas. En ese sentido, la obra de Mann me pareció que se ponía interesante demasiado tarde (durante los últimos capítulos) y que hasta llegar a ese momento, la narración no sólo se me antojó poco emocionante sino tremendamente aburrida también. La lectura de este libro resultó una experiencia literaria bastante decepcionante para mí, una desilusión; un libro del que no guardaba demasiado buen recuerdo hasta este momento, en la que la cosa ha dado un giro de 180 grados.

En el año 2007, "Muerte en Venecia" se ha convertido para mí, de modo inmediato, en una de las obras más apasionantes y emotivas que he tenido oportunidad de leer en toda mi vida. He experimentado que una conexión increíble y una identificación casi total con el personaje protagonista: Otto Von Aschenbach. Como él, estoy obsesionado con La Belleza y la busco en las personas y las cosas como un modo de escapar de la decadencia / mediocridad con la que me tengo que enfrentar cotidianamente. En ese sentido, mi libro está repleto de párrafos subrayados, algo que no acostumbro a hacer demasiado pero que, en este caso, ha sido poco más que inevitable, debido al profundo impacto que me producía el descubrimiento de sentencias tales como:


"… el arte es vida potenciada. Procura goce más intenso, pero consume más deprisa. Imprime en el rostro de sus servidores las huellas de aventuras espirituales e imaginarias y, a la larga, engendra en el artista, por más que éste viva exteriormente inmerso en una paz conventual, cierta hipersensibilidad refinada, un cansancio y una curiosidad nerviosa…"

 

No encuentro mejor modo, manera más exacta, de definir el estado anímico que experimento con frecuencia, de un tiempo a esta parte. Y podría seguir así escogiendo párrafos subrayados con los cuales me identifiqué profundamente, en mayor o menor medida durante la lectura del libro.

De igual modo, la muy reciente revisión de "Juan Salvador Gaviota" de Richard Bach, que fue uno de mis libros preferidos durante mis años escolares, parece que ha perdido fuerza y bastante poder de convicción para mí en la actualidad. Me sigue gustando pero no por los mismos motivos que antes y, desde luego, la historia no me parece ni la mitad de bonita que me pareció entonces.

Sin embargo ahora, una novela como "Muerte en Venecia", que en aquella época no me llegó lo más mínimo, encuentro que tiene mucho más puntos en común con lo que es mi forma de sentir y pensar en este momento de mi vida que la fábula de la gaviota. Es decir la novela de Mann conecta más con como experimento las cosas ahora y tiene mucho más que ver con mis creencias o aspiraciones personales actuales. Esto no quiere decir, que en la pequeña novela de Bach no existan cosas que continúen llegándome o que incluso, en estos momentos, reciba mucho mejor que entonces. Pero nada que ver con las sensaciones experimentadas durante la lectura de este libro en cuestión.

Todo esto demuestra que he evolucionado mucho como lector desde entonces, ya que doy importancia a muchas más cosas aparte de la trama o el argumento, me fijo mucho más en los detalles. Ya no me motivan tanto que los acontecimientos narrados puedan aparentar una cierta profundidad, sino que ésta debe ser real, auténtica, honesta y sincera.

Pero no sólo eso: también he cambiado en el ámbito personal o emocional ya que las cosas que me conmueven ahora no tienen nada que ver con las que conseguían estimularme durante mi adolescencia.

Y es que con los libros ocurre como con algunos amigos. Uno lleva mucho tiempo sin verlos, años incluso… y cuando se produce el deseado reencuentro comprobamos con cierta desilusión (o no) que ya no somos los mismos. Y esto me sirve para enlazar directamente con otras de las razones por las cuales pienso que es aconsejable volver a leer libros: para comprobar qué tal se encuentran de salud, cómo les ha afectado el paso de los años… es decir, para ver qué tal se conservan después de tanto tiempo sin vernos.

Hay novelas por la que no pasan los años. Recibir de nuevo la visita (literaria e inesperada) de "El lazarillo de Tormes" hace muy poco, me sirvió para comprobar que sus andanzas seguían manteniendo una enorme vigencia. Novelísticamente me pareció una historia divertida y muy entretenida y que denotaba, sobre todo, una frescura envidiable, a pesar de lo irregular de su estructura. Y lo mejor de todo, el personaje protagonista, alguien capaz de reírse no sólo de los demás (sus respectivos amos) sino también de sí mismo. En definitiva: que el chico se conservaba divinamente a pesar del enorme tiempo transcurrido entre la primera lectura que hice del libro (cuando cursaba 3º de BUP, creo) hasta hoy.

También la relectura me sirve, pienso yo, para despertar la memoria (literaria) dormida, para volver a recordarlos. Un ejemplo claro: recientemente, ha sido publicada una edición conmemorativa de "Cien años de soledad", la obra magna de Gabriel García Márquez, por parte de la R.A.E. Pues bien, al descubrirla en una librería en la que entré buscando no sé que libro, estuve tentado de comprarla, pero no por simple capricho. Sucede que intenté evocar algún acontecimiento de la novela en cuestión y sólo conseguí rememorar el principio: cuando el coronel Aureliano Buendía lleva a su hijo a patinar; y me sentí, por tanto, con la obligación moral de volver a leerla, para así poder reubicar tanto a los Buendía como a Macondo en el rincón más confortable de mi memoria. Esto que digo me sucede con más frecuencia que la que yo quisiera, por lo que para poder hablar (o escribir reseñas) de libros que me gustaron mucho o que considero obras maestras, muchas veces me veo obligado a volver a leerlos, ya que no consigo acordarme de casi ningún detalle de ellos. Conservo, eso sí, el recuerdo de la sensación placentera (o no) que experimenté tras la lectura, pero poco más. Así que volver a recuperarlos, me sirve también para fortalecer la memoria.

Y por último, la razón principal o que considero primordial para aconsejar la relecturas de libros es por puro hedonismo, por darse uno mismo el gustazo de recrearse con el reencuentro literario con viejos conocidos, con argumentos que nos subyugaron en otro tiempo y lugar, por tratar de recuperar sentimientos olvidados, despertar sensaciones dormidas... en definitiva, por el simple placer de gozar con la recuperación de esos libros que ya forman parte, desde hace tiempo, de nuestra historia sentimiental o emocional; de nuestra propia biografia personal.

 

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