Anika entre libros

En la ciudad

Ignacio Carcelén, septiembre 2011

Desde que vine a Valencia habíamos querido vernos. Nos conocimos unos meses antes, en las terrazas de La Eliana. Su hermana me dio su teléfono y la llamé una tarde, tan locuaz como es ella, tuve que interrumpirla, porque no se daba cuenta de que no tenía dinero.

Las siguientes veces hablamos por la red, y el lunes bajó a verme. Quedamos en los Viveros, frente al paseo de Antonio Machado. Ella venía de la estación y nos sentamos en un banco hasta que se recobró del calor. En aquellas horas no había mucha gente, un grupo de personas estaba delante, con pelucas, vestidos y filmaban con una cámara. 

Después de que ella se recuperara fuimos a la terraza de "L'alquería", pedimos algo fresco. Los dos recordábamos el parque y hablamos de nuestras experiencias, tras pagar las copas fuimos a ver los cisnes, ellos se acercaron, pero no teníamos el pan que esperaban. Luego fuimos a la parte recogida, junto a una de las entradas, le dije que antes solía venir aquí a fumar, no nos habíamos sentado cuando un joven nos pidió un cigarrillo para un porro. Al poco llegó una señora que cuidaba de unos niños, alzó a la niña y la metió en la fuente. Cuando su hermano llegó corriendo, quiso imitarla, pero la mujer no le dejó.

Mi amiga y yo hablamos, recorrimos los Viveros y fuimos a los caminos de rosas, pero estaban secas. Dimos la vuelta por entre las mesas y llegamos a los columpios y la pista de patinaje, bueno, ella lo recordaba como una pista de patinaje.

Salimos del parque porque yo quería ver los jardines de Monforte, pero los encontramos en obras, nos dedicamos a pasear por los alrededores y contemplar las enormes y preciosas casas. En nuestra conversación salían todos los temas, pero acabamos hablando de libros y películas. Ella se admiraba de que yo supiera tanto sobre cine francés, me contó su experiencia cuando maquilló a Depardieu y Delon.

Tomamos una última copa en un bar, junto a unos hombres y mujeres que no apartaban la vista de nosotros y para los que nuestra conversación les hacía sentir inútiles. Fueron cinco horas maravillosas y ella estuvo a punto de perder el tren porque no miramos el reloj.

Fue lo más parecido a una cita en años, aún nos queda mucho que hablar y conocernos, a parte de todo del arte que llevamos dentro y que nos une.

 

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