Anika entre libros

Agosto

Elisa Rodríguez Court, septiembre 2004


Son apenas 31 días de mentira piadosa del calendario: en Agosto el reloj se desentiende de sus manecillas y el futuro se reduce al siguiente gesto, a un próximo instante.

Es por lo general el momento de esquivar el curso de la inercia que se instala en la vida a lo largo del año. Una cura del stress y del sometimiento a un horario. Quizá, una huida de la incertidumbre, del tedio o del tiempo de la falta de tiempo.

Durante el mes de Agosto se suele revelar el héroe Perseo que todos llevamos dentro, quien, evitando la mirada directa de la Medusa, logra cortar su cabeza sin quedar petrificado. Porque, al igual que Perseo respecto de la Gorgona, no miramos el rostro de la realidad. Antes, su imagen reflejada en el espejo.

Agosto es la estancia de la visión evasiva del mundo y sus reclamos ordinarios: se dejan atrás las imposiciones, el cálculo disciplinado del ocio, la carga personal soportada con la urgencia del consumo desmesurado de las horas que tanto desgasta.

La luz de Agosto nos recibe en un abrazo, volviéndose transparente en el aire: planea lejos de las sombras y la vista se pierde en ese cielo que se nos antoja libre de nubes, aun y cuando alguna panza de burro cubra el universo de los mortales.

En Agosto la existencia y las cosas parecen escapar a la fatalidad del propio peso como desafío a la ley de la gravitación universal. La imaginación ya no se estrella contra la atmósfera y se posa en el equilibrio de las fuerzas que permite a los cuerpos celestes flotar en el espacio.

La eternidad deja de ser en Agosto un engaño; es el camino que se recorre de subida en un vuelo perpendicular a la marcha habitual de la humanidad. El ser sale del encierro en su cuerpo, prolongándose a otros puntos del firmamento dispuestos a ser ocupados.

Agosto es la coexistencia complementaria de los diferentes quehaceres del comunicativo y hábil Mercurio, de la melancolía y sabiduría saturninas, del refugio de la infatigable creación de Vulcano.

Agosto es un chapuzón en el mar, una caminata, la ilusión de un reencuentro, una incursión en el horizonte, una charla distendida. Tal vez también, la exploración en un libro que, como el propuesto por Italo Calvino para nuestro milenio, ha inspirado estas letras.


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