tóxica

Opinión:

Un cuaderno de notas que demuestra que la intensidad de un texto no se mide por la cantidad de páginas que contiene. La voz femenina que se escucha en cada línea, casi a ritmo de telegrama desesperado, es la de una prisionera de sí misma, una mujer recluida en un falso paraíso blanco con jardín, donde el sol broncea la piel y un enjambre de médicos y enfermeras sonríen siniestramente por los pasillos, fingiendo que todo está bien.

Sobrecogen algunos de los momentos de ese verano en el que Sagan permanece encerrada con sus propios monstruos, acechándola en las esquinas de su cuarto cada vez que necesita una dosis de calmante, “Me espío: soy un animal que espía a otro animal en el fondo de mí”.

Interesantísimas sus reflexiones acerca de la literatura, que acaba conviriténdose en sustituto natural de la droga que la ha llevado hasta allí; de la nostalgia de los amigos, del pavor de haber perdido su vida cuando salga que reflejan algunas de las anotaciones inconexas acompañadas de dibujos de trazo esquemático, a fin de completar con la imagen el mensaje del texto.

Sagan vuelve a descubrirse  en soledad, indaga en su cuerpo y en su mente, explora su alma en busca de asideros que le permitan creer que sigue siendo ella, que podrá seguir siendo la misma muchacha amante de la velocidad, el vino blanco y la escritura cuando concluya su encierro.

Un diario en el que se habla de las necesidades más inconfesables y de los miedos más humanos: no sólo el que se experimenta hacia la enfermedad y la adicción, sino también al mañana que se cierne, tan prometedor como incierto, sobre la mujer curada que un día debe abandonar la cápsula protectora en la que se ha refugiado mientras esa enfermedad y esa adicción eran más fuertes que ella.

Patricia Esteban Erlés